“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:20-21)
PASAJE COMPLEMENTARIO: Salmo 133
Es claro que la única manera en que los creyentes de todas las épocas serían guardados y la obra del Señor preservada, era a través de la unidad. Que todos fuéramos uno: Todos, unánimes, juntos, en armonía. Pero este proceso sólo puede darse por el Espíritu Santo, y para entenderlo, hay un procedimiento correcto dentro de la pedagogía de Dios:
Primero, la comunión de cada uno de los miembros de la iglesia de Cristo, con Dios, es lo que conocemos como Unidad vertical. Cada uno conectado con Dios, permaneciendo en Él, levantándose por encima de su naturaleza humana y viviendo a plenitud su naturaleza divina, manifestada en amor y servicio. Cada uno, no dependiendo de la opinión de otros, que halagan o critican, pero tampoco cayendo en la trampa del ego. Más bien, cada uno consumiéndose en el altar de Dios, dejando que la escoria se queme, y dejando salir ese oro resplandeciente y puro, que no es otra cosa que el carácter de Cristo o el fruto del Espíritu Santo, el cual me permito recordar: Amor, gozo, paz, paciencia, bondad, benignidad, fe, mansedumbre y templanza. Este es el fruto, que enriquece, hermosea y hace totalmente completa y benéfica nuestra vida, de tal manera que podamos lograr todo lo que nos propongamos, en el nombre del Señor.
Cultivar esta comunión, es dejarse conquistar por el Señor, para ir a conquistar su familia y su entorno para Dios.
El segundo paso del proceso, es la comunión con el cónyuge (esposa o esposo) con quien se restablece la relación de interdependencia, complementariedad e intimidad. Luego viene la comunión con los hijos, quienes también reciben la acción del Espíritu Santo, haciendo que sus corazones se vuelvan a sus padres en amor, honra y respeto. Pero también actúa en los padres para dar ternura, instrucción y disciplina a sus hijos. Por último, viene la comunión con otras personas, con otras familias.
Es entonces cuando se vive la santa unción expresada en el Salmo 133, la cual trae bendición y vida eterna.
HABLEMOS CON DIOS:
“Padre bueno, dame el poder de tu Santo Espíritu para cultivar mi comunión contigo, con mi familia y con los que me rodean. Así el mundo creerá en Ti y nuestra sociedad tendrá una esperanza verdadera de restauración y paz”.
Lolita Cruz de Chamorro.
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