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lunes, 9 de enero de 2012

¿En el Espíritu o en la Carne?

Amigo inseparable.
“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.” 1 Corintios 6.19-20

PASAJE COMPLEMENTARIO: Romanos 8: 1-39

La ausencia misma de Dios, su plenitud y su carácter no son para nuestro mero conocimiento intelectual; podemos tener mucho conocimiento de la Palabra de Dios y conocer sus atributos, pero sin la acción del Espíritu Santo; esto no tendrá el efecto que Dios dispuso para nuestra salud total.

La vida cristiana es una vida de fe y no de emociones, pues si dependemos de éstas, sería difícil o más bien imposible apropiarnos de nuestra herencia. Con el Espíritu Santo morando en nuestro ser se abren las puertas a una vida sobrenatural, donde los milagros, señales y prodigios hacen parte del diario vivir, donde la verdadera felicidad y realización se hacen compañeros inseparables de nuestra existencia. Cuando Cristo llegó a nuestra vida, el Espíritu Santo vino a morar en nuestro ser, trayendo orden y armonía a nuestra personalidad y respuesta a nuestros conflictos, en un proceso que se prolonga a lo largo de toda la vida. La base de este tratamiento es la nueva relación de Padre- hijo que se establece entre Dios y todos aquellos que voluntariamente le han aceptado en su vida.

Ahora entendemos como revelación, que el Espíritu Santo está en nosotros, que nuestro cuerpo es su morada y su permanencia en nosotros es eterna e incondicional. Una relación así pone fin al a búsqueda insaciable del hombre: ¡Nunca más estaremos solos! Y este encuentro con nuestro Padre Celestial nos permite reconciliarnos con nosotros mismos y con la familia, la sociedad y el mundo que nos rodea.

Así mismo es necesario entender, que por ser ahora morada de Dios, estamos llamados a vivir una vida de santidad y de integridad; una vida para agradarle, para honrarle, para ser la razón de su felicidad. Nuestro ser ha sido enriquecido con su presencia, y nuestra valía se ha elevado; por esta razón, no vivir para glorificarle con nuestro ser, es despreciar el inmenso privilegio de la misericordia de Dios. Aprópiese por fe de la llenura del Espíritu Santo; entienda que el alto precio pagado por nuestra felicidad, ahora se ve reflejado en esta presencia permanente de Dios en nuestro ser.

HABLEMOS CON DIOS

“Espíritu Santo, llena mi vida de tu poder para ayudarme a vivir de tal manera que te agrade, de tal forma que pueda honrarte y darte la gloria todos los días de mi vida. Amen”.
Lolita Cruz de Chamorro.

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