Reconciliado con Dios
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1 Juan 1:9)
PASAJE COMPLEMENTARIO: Job 22:21-30
Una historia cuenta que un hombre pasó muchos años en la cárcel; terminaba por fin su condena, y lo único que le interesaba era pedirle perdón a su padre por todo el dolor que le había causado, si era que aún vivía. Escribió una carta pidiéndole perdón y que le diera una señal para saber si efectivamente había podido perdonarlo.
La señal consistía en que el padre colocaría un pañuelo blanco en el viejo árbol que estaba enfrente de la antigua casa paterna, en caso de haber perdonado a su hijo. Si al pasar en el autobús veía el pañuelo, entonces se quedaría con su padre. Si no veía nada, entendería que no le había perdonado y continuaría su camino. Cuando llegó el momento, la emoción le embargaba y no pudiendo mirar por sí mismo, pidió a su compañera de asiento que le relatara lo que veía. La mujer no pudo decir nada, así que abriendo sus ojos para ver qué sucedía, se encontró con algo que no podía creer. No había un pañuelo blanco… ¡el árbol estaba lleno de pañuelos blancos! Así queridos amigos es el amor perdonador y restaurador de Dios. Él toma la iniciativa y busca al hombre para reconciliarse con él, para quitar toda barrera que el pecado levantó, para borrar la culpa y limpiar la maldad, para que el hombre pueda volver a disfrutarlo como Papá. Él es fiel y justo, y por eso está dispuesto a perdonarnos sin importar qué tan grave haya sido el error. Su amor es más grande que cualquier falta.
Lo único que se requiere es que nos acerquemos a Él humildemente, reconozcamos y confesemos nuestros pecados y tomemos la decisión de apartarnos de ellos, viviendo sólo para agradarle. Así nos lo enseña el Señor Jesús cuando salvó a la mujer sorprendida en adulterio, al evitar que fuera apedreada por los hombres del pueblo. Le miró con profundo amor y compasión, y viendo el arrepentimiento que ella tenía, le dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:11). Su arrepentimiento debía acompañarse de una clara intención de cambiar, de apartarse de sus antiguos caminos. Sólo así podría disfrutar permanentemente de este maravilloso perdón.
HABLEMOS CON DIOS
“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado… Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmo 51:1-2,10).
PASAJE COMPLEMENTARIO: Job 22:21-30
Una historia cuenta que un hombre pasó muchos años en la cárcel; terminaba por fin su condena, y lo único que le interesaba era pedirle perdón a su padre por todo el dolor que le había causado, si era que aún vivía. Escribió una carta pidiéndole perdón y que le diera una señal para saber si efectivamente había podido perdonarlo.
La señal consistía en que el padre colocaría un pañuelo blanco en el viejo árbol que estaba enfrente de la antigua casa paterna, en caso de haber perdonado a su hijo. Si al pasar en el autobús veía el pañuelo, entonces se quedaría con su padre. Si no veía nada, entendería que no le había perdonado y continuaría su camino. Cuando llegó el momento, la emoción le embargaba y no pudiendo mirar por sí mismo, pidió a su compañera de asiento que le relatara lo que veía. La mujer no pudo decir nada, así que abriendo sus ojos para ver qué sucedía, se encontró con algo que no podía creer. No había un pañuelo blanco… ¡el árbol estaba lleno de pañuelos blancos! Así queridos amigos es el amor perdonador y restaurador de Dios. Él toma la iniciativa y busca al hombre para reconciliarse con él, para quitar toda barrera que el pecado levantó, para borrar la culpa y limpiar la maldad, para que el hombre pueda volver a disfrutarlo como Papá. Él es fiel y justo, y por eso está dispuesto a perdonarnos sin importar qué tan grave haya sido el error. Su amor es más grande que cualquier falta.
Lo único que se requiere es que nos acerquemos a Él humildemente, reconozcamos y confesemos nuestros pecados y tomemos la decisión de apartarnos de ellos, viviendo sólo para agradarle. Así nos lo enseña el Señor Jesús cuando salvó a la mujer sorprendida en adulterio, al evitar que fuera apedreada por los hombres del pueblo. Le miró con profundo amor y compasión, y viendo el arrepentimiento que ella tenía, le dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:11). Su arrepentimiento debía acompañarse de una clara intención de cambiar, de apartarse de sus antiguos caminos. Sólo así podría disfrutar permanentemente de este maravilloso perdón.
HABLEMOS CON DIOS
“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado… Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmo 51:1-2,10).
Lolita Cruz de Chamorro.
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