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lunes, 21 de mayo de 2012


Una madre excepcional
“Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo” (Isaías 66:13)

PASAJE COMPLEMENTARIO: Isaías 66:10-14; Salmo 48:1-14

Toda palabra de Dios es una permanente invitación a disfrutar la vida abundante, próspera y fructífera que sólo Él nos puede dar. Todo mandamiento, precepto y ordenanza establecidos por Dios en su Palabra no es otra cosa que la forma como Dios ha decidido bendecirnos. Hay muchas promesas en las Escrituras que específicamente se refieren a ser receptores de grandes bendiciones, por tener en alta estima una tierra que Dios ama, Jerusalén. Es la tierra escogida por Dios, es la morada o habitación del Señor, es la tierra Santa. Visitar Jerusalén es ir a un encuentro personal con Dios, volver sobre las huellas de Jesús, comprobar que la Biblia sigue vigente y asumir un compromiso con la visión de ganar el mundo para Cristo.

Es cierto que podemos acercarnos a Dios en cualquier lugar, pero aquel que con una adecuada visión espiritual y sobre la base de esas promesas, se da una cita especial con su Papá Dios en su propia casa, disfrutará de ella. Ahora bien, esta bendición que Dios promete es integral, es decir, abarca todas las áreas de nuestra vida, como la bendición que viene de una madre para sus hijos: Seguridad y confianza en la protección divina, paz y sosiego en medio de las circunstancias difíciles, salud y fortaleza física, restauración y sanidad de las heridas y faltantes en el alma, avivamiento y poder al espíritu, prosperidad y bienestar en toda obra de nuestras manos, bienaventuranza y protección para nuestra tierra.

Pero, como si fuera poco, también el Señor ha prometido alegrarnos con Jerusalén. Cada peregrino que sube a Tierra Santa ha podido experimentar cómo Dios cambia su lamento en baile y llena su ser de un gozo inexplicable, el gozo de su santa Presencia. Es esta profunda seguridad y confianza, que nos da fuerza para luchar y seguir adelante victoriosos sobre todo problema y circunstancia, la que conocemos como El Consuelo de Dios. Es mucho más que la palmadita en la espalda. Es la certeza de su Presencia viva, palpable y real, que cambia nuestra debilidad en fortaleza, nuestra tristeza en alegría, nuestra incertidumbre en esperanza. Es la Presencia que lo llena todo, lo suple todo y lo satisface todo.

 HABLEMOS CON DIOS

“Señor, gracias por ser mi Padre y reservar una bendición tan grande para mi vida en Jerusalén. Hoy te pido que guardes y protejas este lugar único sobre la tierra. Concédeme la bendición de subir este año a Jerusalén, para disfrutar allí de tu amor y tu consolación.”.
Lolita Cruz de Chamorro.

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